Aben Aboo, último rey de Andalucía
En la primavera de 1981, allá por los primeros días del mes de abril, ascendía por primera vez hacia las montañas “del sol y del viento” y, como otros tantos que me precedieron, quedé para siempre atrapado en ellas, especialmente por la hermosura de sus mujeres y la singular belleza de sus paisajes.
Todos los que de alguna forma sentimos o formamos parte de esta tierra, conocemos el arraigado uso de los “estigmas” (atributos y motes que desacreditan a una persona, o a un grupo de personas, ante los ojos de los demás) y los problemas de rencillas, peleas y desavenencias que estos han ocasionado. Pero hoy me quiero referir a uno en particular, al “estigma de traidor” que fue aplicado en su día por los vencedores al rey Aben Aboo, Don Diego López, de nombre cristiano y vecino de Mecina Bombarón, último rey de la reconquista de España, proclamado rey de Granada y Córdoba y, por tanto, de Al Andalus (“Andalucía”), aunque prácticamente nunca llegara a salir de esta tierra alpujarreña, por los avatares de las batallas y luchas contra los
cristianos en las que se vio sumido.
Pero nada más lejos de la realidad, después de muchos años de estudios de campo e investigación y, finalmente, al poder compaginar dos de las pasiones de mi vida, como son la psicología y la historia, me atrevo en estas pocas líneas a afirmar y a rebatir este estigma aplicado injustamente al rey morisco, originario de Mecina Bombarón, “Aben Aboo”.
El noble morisco español, de nombre cristiano Diego López, nació en el barrio de “La Mezquita” de Mecina Bombarón, barrio que conservó siempre este nombre a pesar de que, sobre su antigua mezquita, ya entonces se había construido una iglesia (esta iglesia, construida sobre la antigua mezquita, con el paso del tiempo, acabaría por deteriorarse hasta el punto de necesitar construirse de nuevo, lo que se haría siglos más tarde, pero cambiando el emplazamiento, y esto permitió que actualmente podamos encontrar en este lugar las escuelas de Mecina Bombarón). Su casa estaba situada por las inmediaciones, que era por donde se asentaba el núcleo principal de la población pues, más abajo pasaba el “Camino Real” que, desde Yegen, discurría por encima de “la quiebra” de Mecina Bombarón y por el puente romano, continuando luego desde Mecina Bombarón hasta la iglesia de El Golco, actualmente, la iglesia más antigua de la Alpujarra. La población de Mecina Bombarón en esa época sería de unos 300 habitantes aproximadamente, dado que, después de la contienda, en el primer censo que se hizo, allá por el año 1678, en Mecina Bombarón había 85 vecinos, 15 en El Golco y otros tantos en Yegen.
Este mecinero, Don Diego López, en un momento dado de su vida decidió adoptar el nombre musulmán de Abd Allah Muhammad ibn Abbu, conocido como Aben Aboo, y llegó a ser el último rey de Andalucía.
Toma parte activa en la rebelión o revuelta morisca, que se inició el viernes 28, víspera de Navidad, en el macizo central de la Alpujarra o Taha de Juviles, por ser esta tierra de muchas sierras y peñas a la parte de Sierra Nevada. La contienda en esta Taha, que en esa época contaba con una veintena de lugares de interés, llamados: Válor, Viñas, Exen, Mecina Bombarón, Yator, Narila, Cadiar, Timen, Portel, Gorco, Caxurrio, Bérchules, Alcutar, Lobras, Nieles, Cástaras, Notaes, Trevelez y Juviles, fue conocida, por la gravedad y la intensidad de sus combates, como la “Guerra de las Alpujarras” (1568-1571. Luchó junto a su primo, el rey Aben Humeya / Muhammad Ibn Umayya / Fernando de Válor y Córdoba. Aben Humeya, junto a sus generales Ben Saguar, Farax ben Farax, Manzux de Istán y otros, asaltó casi todos los pueblos y alquerías de la alpujarra almeriense y granadina, tomando venganza de los cristianos en toda la Alpujarra. Concretamente, los hechos provocados por este levantamiento morisco en Mecina Bombarón, se pueden recoger literalmente de las “Actas de los Mártires de Ugíjar”, si bien no contabilizan el número total de los vecinos que fueron asesinados.
La arbitrariedad y tiranía que muestra Aben Humella, así como su carácter despótico y receloso le hace perder el apoyo de sus partidarios, siendo estrangulado con una cuerda al cuello, por su primo Diego López y por Diego Alguacil en una pensión de Laujar de Andaráx, sin que ninguno de sus generales ni de los 200 soldados de su fuerza principal o partidarios, ni de los 24 arcabuceros de su guardia personal, hicieran nada por impedirlo o evitarlo. Aben Humeya, al que llamaban “El reyezuelo”, “Don Fernandillo” o simplemente “El reyezuelo” “murió con entereza y declarando que era cristiano y que lo único que había pretendido era vengar agravios familiares”.
Tras estos hechos, Diego López ocupa su lugar como nuevo rey de los andaluces (1569-1571), siendo reconocido y apoyado por el Sultán de Argel, y reconocido por todos los generales moriscos, excepto por Portocarrero de Almería. Saliendo con una cimitarra (espada morisca curva) en la mano derecha y un estandarte rojo en su mano izquierda, fue proclamado “Rey de los andaluces” con el nombre de Audalla Aben Aboo, aunque se llamará en adelante Muley Abd Allah Aben Aboo, adoptando el lema: “No pude desear más ni contentarme con menos”.
El triunfalismo que inspiraba Aben Aboo tratando de mantener la rebelión, se propaga por Almería, Sierra Bentoríz y la Axarquía malagueña. Y tratando de propagarse también por Valencia y Murcia, envía emisarios a Argel y Turquía en busca de refuerzos, pero solo obtiene promesas.
Aben Aboo reorganiza el ejército, refuerza todas las atalayas y fortalezas y logra reunir un ejército con más de 10.000 soldados con el que llega a las mismas puertas de Granada (Alhendín) pero, al no sublevarse el Albaicín, se vuelve para la Alpujarra. Sin embargo, ya había conquistado Serón y Órgiva.
Ante esta situación, Felipe II se vio obligado a utilizar al ejército más poderoso de aquella época, los Tercios de Flandes. Con Don Juan de Austria al mando y junto al marqués de Mondéjar y otros nobles castellanos, que reunían un total de 46.000 soldados y artillería, la suerte estaba echada.
En los primeros días de septiembre del año de 1570 se inicia el asedio definitivo a la Alpujarra, talando e incendiando los campos de bosques y degollando a todos cuantos se cruzaban en el camino.
Es derrotado también en Salobreña y Almuñécar, pero el combate final se da en Ronda y en Sierra Bermeja en 1571 frente al duque de Arcos, donde es definitivamente derrotado. Aben Aboo se mantuvo al frente de la rebelión morisca durante un año y medio.
Vencido, Aben Aboo, con los restos de su tropa, busca refugio en su pueblo natal, Mecina Bombarón, escondiéndose en unas cuevas, pero pronto es localizado, matan a su mujer y sus dos hijas y a sus fieles soldados, pero él logra huir.
Temerosos de la cólera cristiana, los soldados que le quedaban lo arcabuzean y, tras apuñalarlo, lo despeñan por el denominado “Tajillo del moro”, y dos días después, su cuerpo es recuperado, mutilado y cubierto de paja y sal, siendo Barredo y Xenia quienes lo llevan a Granada para entregarlo al Presidente y al duque de Arcos, quien mandó arrastrar y descuartizar su cuerpo, mientras su cabeza, separada, la pusieron encima de la puerta de la ciudad que dicen del Rastro, colgada de una escarpia a la parte de dentro, y encima una jaula con un palo, y un título que decía: “Esta es la cabeza del traidor de Abenabó. Nadie la quite so pena de muerte”.
Sus restos, la cabeza y el cuerpo, fueron recuperados por el Sultán de Marruecos, desapareciendo su rastro definitivamente en 1879.
De este modo, terminaba la última lucha por la independencia, en una guerra desigual entre el poder del mayor imperio del mundo y un pueblo labriego, artesano, no belicoso y amante de su libertad.
En estas localidades siguen circulando numerosas leyendas referidas a los innumerables tesoros encontrados y a los que aún continúan escondidos por los moriscos en la Alpujarra, pudiendo encontrar aquí numerosos parajes relacionados con estas leyendas, como la “Cueva del soldado”, el “Tesoro del Alamillo” o el “Tajo del Riegecillo”. También cuentan que algunos pastores de la sierra han visto, al caer la tarde sobre los altos riscos de la montaña, la figura de un jinete a caballo vestido de manera extraña y, otras veces, galopando por la sierra más rápido que el viento.
(Por Juan Mesa Espiridón)
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